Desde que en marzo de 2012 Bruselas aprobara el último acuerdo comercial con Marruecos se han estado comercializando tomates ilegales en las principales cadenas europeas de supermercados. La existencia de tomates ilegales era un secreto a voces, pero ahora se ha confirmado al declarar nulo dicho acuerdo el Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Fue el Frente Polisario el que lo recurrió para denunciar que las hortalizas cultivadas en las tierras del Sáhara Occidental no están bajo la soberanía marroquí y, por tanto, no pueden ser incluidas en un tratado firmado por el reino alauita.
La anulación judicial, por no ser firme, bien puede tratarse de un espejismo. Las partes que sientan vulneradas sus derechos pueden recurrir la sentencia en el plazo de dos meses. La alegría que ha invadido a los exportadores españoles de frutas y hortalizas podría esfumarse en breve, y no verían nunca resarcidas sus acusaciones sobre los continuos incumplimientos por parte de Marruecos, tanto en las cantidades importadas como en los precios de entrada. Con una rapidez nunca vista en temas de inmigración, entre ayer y hoy se está celebrando un primer encuentro urgente entre la diplomacia europea y la de Marruecos para analizar la situación, sólo unas horas después de que la Comisión Europea haya anunciado su intención de recurrir la sentencia y, por supuesto, de no aplicarla.
Lo que está sucediendo con el acuerdo comercial entre la UE y Marruecos no es más que un buen ejemplo de que la toma de decisiones en Europa no se basa en mecanismos democráticos, sino más bien en opacas inercias capaces de ignorar un dictamen del Parlamento Europeo o de dar la vuelta a una sentencia dictada por una corte internacional. La Comisión, cuyos miembros no han sido elegidos en las urnas, ahora más que nunca está dispuesta a puentear a quien haga falta para conseguir sus objetivos geopolíticos, por encima de los “minúsculos” intereses de un grupo de exportadores del norte del Mediterráneo.
Mientras tanto, la tibieza con la que España viene tratando los intercambios de productos agrícolas entre Marruecos y Europa está fuera de lugar, teniendo en cuenta que somos el primer productor comunitario de tomate. Nada que ver con la actitud de Holanda, donde aseguran no colocar la etiqueta marroquí en los tomates procedentes de Dakla, la antigua Villa Cisneros española. Y nada que ver con el Reino Unido, donde la Asociación Western Sahara Campaign trata de sensibilizar al Gobierno para que grandes cadenas como Tesco no vendan tomates producidos en territorios “ilegalmente ocupados por Marruecos”.
La realidad es que a fecha de hoy, las hortalizas producidas por el principal proveedor de Rusia durante el veto siguen entrando a sus anchas en Europa, beneficiadas con incentivos aduaneros y bendecidas por laxos controles en frontera que brillan por su falta de armonización y de credibilidad. ¿Hasta cuándo?.
Fuente: AG Comunicación
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