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EL SÁHARA DE LOS OLVIDADOS اِل ساارا دي لوس اُلبيدادوس




"Háblale a quien comprenda tus palabras"
"Kalam men yafham leklam"

El cubaraui

Se había ido hacía otras tierras con la sensación plena de recuerdos. La infancia había calado en su comportamiento positivamente desde los primeros momentos del comienzo de camino. Sin embargo, no supo a primera vista interpretar con exactitud los embates de la lejanía. Una lejanía bañada en la serenidad de una isla que lleva por nombre. El verde caimán.

Pero en sus entrañas la conmoción iba más centrada en ortodoxia de abuela, con amuleto “protector” con él crecieron los nietos en un ambiente ritual que se apoderó de toda la familia, bajo un sólo techo de la azabache jaima piramidal de la anciana.

En horas de la mañana, en el recinto de la escuela nueve de junio la abuela ordenó, con muchas ganas y una lágrima a punto de brotar, los sencillos bártulos del chaval en el interior del baúl metálico que, adoraba con agrado desde muy temprana edad. El muchacho siguió con calma los preparativos de un viaje que lo llevaría al otro lado del mar. Iba a estudiar con la bendición, decía para sus adentros la mujer. Para ella el frenético momento aludía a un sueño eterno en una tierra ajena y lejana de las rutas de las caravanas, que le premiaron el día de sus nupcias con un baúl y el ajuar en una ceremonia casi ya olvidada.

Lo ajeno es olvido, desgarro y separación. Lo profesaba, sin miedo, en torno a las afables tertulias de té matinales y, aseguraba con certeza que la actual ola de inmigrantes se difiere de los tiempos de ir tras las nubes de los nómadas. Es otra historia inconclusa, todavía por contar.
Sin más comentario, cerró nostalgicamente el cofre. La abuela y el nieto se fundieron en un abrazo de despedida.

Sorprendido por el mar, por una tierra vestida de bejuqueras, palmas que rozaban el cielo, agua de coco y dulce guarapo de caña recién cortada y un olor permanente a humedad.
La fascinación llevó al muchacho por el extraordinario aire tropical, donde los rayos del sol invitan con generosidad a refugiarse en la sombra de un batey, a la mira de un amigo guajiro ofreciéndole un pastel con sabor de guayaba el día de su graduación académica y desde lejos los vientos del sur hacían llegar las notas musicales de una orquesta de chachachá, animando una velada popular.

El cubaraui se forjo entre el beso de dos mares y, más tarde, vino vestido de guayabera, sin haberse olvidado del baúl de mamá.

Por Mohamidi Fakal-la



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