El despotismo político se basa en una función específica de la monarquía, en el corazón de la organización colectiva de los intereses dominantes. La combinación de monopolio económico y monopolio político, utiliza los recursos tradicionales y modernos de legitimación para asegurar las bases de apoyo necesarias para mantener su dominación.
La monarquía es el vehículo esencial para la consolidación y la interpenetración de los intereses de los diferentes segmentos de la clase dominante, y su alianza con el capitalismo internacional, en particular francés. Esta realidad no ha cambiado prácticamente desde la independencia de Marruecos, a pesar de la presencia cada vez más significativa de capitales españoles y del Golfo.
Las empresas del CAC 40 (índice bursátil marroquí) reciben un tratamiento preferencial para todo lo concerniente a las cadenas de subcontratación en automoción, electrónica, aviación, turismo, agroindustria, ferrocarriles, tecnología de la información y comunicación, contratos de delegación para la provisión privada de energía y agua, así como en el sector financiero y bancario y las energías renovables. Los intercambios comerciales superan los veintidós mil millones de euros y hay decenas de miles de millones de inversiones francesas.
Sin embargo, esta dependencia no debe ocultar la naturaleza específica del capitalismo marroquí. Este ha evitado cualquier cambio global de las estructuras agrarias y ha desarrollado una verdadera industrialización, manteniendo al mismo tiempo las bases sociales tradicionales de poder en el campo y en las ciudades.
La monarquía en el corazón de la economía
El "sector público" ha permitido la creación de una tecno-burocracia formada y reclutada sobre la base de la lealtad, que se beneficia de las posibilidades de enriquecimiento privado a partir de los puestos que ocupa en el Estado. Parte de la extracción de la riqueza se basa en relaciones extra-económicas, de clientelismo que se basan en el pacto de protección / lealtad monárquico. Los tecnócratas, los dirigentes de empresas privadas, deben todo a la monarquía, empezando por su estatus heredado, la cooptación o los nombramientos a dedo. El sector público ha sido patrimonio de la fracción hegemónica para hacer crecer sus propios intereses y obtener lealtades.
Una especie de mafia, visible o discreta, se ha apoderado de toda la riqueza, y dirige tanto la economía formal como la informal.