En 1975 las fuerzas españolas abandonan el territorio del Sáhara Occidental, dando vía libre a que el Reino de Marruecos pase a ocupar el territorio. Tras una marcha militar y un intento de genocidio, el pueblo saharaui se vio obligado a emprender una huída hacia el desierto del Sáhara.
Y así, mientras los hombres luchaban en el frente de combate, la mujer tuvo que asumir la responsabilidad de construir una vida de la nada, en mitad de un territorio vacío, sin agua potable y donde las temperaturas en verano alcanzan los sesenta grados.
La Hammada argelina despierta en silencio. La luz se cuela a través de las telas que improvisan hogares: son las jaimas. A modo de tiendas de campaña ocupan una pequeña porción del inhóspito desierto del Sáhara y, una tras otra, conforman ciudades de tela y barro. Los saharauis se asentaron en este territorio hace ya más de treinta y cinco años.
Los campamentos de refugiados de Tinduf representan una de las realidades de la última colonia de África. Empujados por la ocupación marroquí, el seis de noviembre de 1975 el pueblo saharaui se vio asediado por la Marcha Verde. Más de 350.000 civiles y 25.000 soldados comenzaron a ocupar el Sáhara español. El fósforo blanco y el napalm utilizados por el ejército marroquí acabó con la vida de miles de saharauis que, abandonados a su suerte, tuvieron que huir de su propia tierra.
Como recuerda Hedidhoum Rabah, una mujer saharaui de cuarenta y cuatro años que lleva nueve en España: “cuando ocurrió la Marcha Verde era sólo una niña, pero es algo que forma parte de mi vida. Mi madre me cuenta una y otra vez la noche que tuvimos que huir porque los marroquíes ya estaban en nuestra ciudad bombardeando todas las casas y todo lo que encontraban a su paso.
El recuerdo más doloroso para nuestra familia es que mi hermano mayor no pudo ir con nosotros porque se encontraba en la casa de mi tío y no pudo emprender la huída”. La otra realidad del pueblo saharaui está en los Territorios Ocupados. Tras la invasión marroquí quedaron familias enteras viviendo bajo un régimen opresor y llevan más de treinta y cinco años sufriendo torturas, violaciones constantes de los Derechos Humanos y siendo considerados ciudadanos de segunda dentro de su propio país.
Estas dos realidades encuentran un nexo de unión en la figura de la mujer. Si en los Territorios Ocupados destacan por su activismo, como es el caso de Aminetu Haidar, en los campamentos de refugiados se han convertido desde que fueron arrojados al exilio en un elemento clave de la sociedad saharaui.
Para Chipi Limam, presidenta de la Liga de Estudiantes Saharauis en Sevilla, “la mujer saharaui por naturaleza ha nacido con una fuerza abismal. Es increíble el agarre, la valentía, el coraje y la lucha diaria por conseguir que su voz se escuche en todos los lugares del mundo, reclamando la libertad de su tierra”.
La mujer saharaui:
Levantando una vida de la nada “El ser humano no sabe hasta dónde puede llegar y la capacidad de supervivencia que tiene hasta que vive una situación difícil. Es el caso de las mujeres saharauis. Nuestras madres y abuelas siempre se dedicaron a ser amas de casa, pero nunca pensaron que ellas serían capaces de ser maestras, enfermeras, psicólogas o albañil es, hasta que se encontraron en esta situación y no les quedó más remedio que afrontarlo para que sus hijos pudieran vivir dignamente en medio de aquel inmenso y vacío desierto”.
Las palabras de Hedidhoum representan la dura realidad de miles de mujeres que, expulsadas de su país, llegaron a un desierto en condiciones extremas y asumieron roles que nunca antes habían desempeñado.Las temperaturas pueden alcanzar los 60 grados. Uno de los delegados de ACNUR que visitó los campamentos para supervisar su realidad declaró al ver a niños menores de cinco años andando descalzos sobre la arena que “tiene que ser verdad que cuando Dios te quita algo, algo te da. A este pueblo se le ha arrebatado su derecho a la libertad, pero se le ha dotado de una capacidad de supervivencia que no es propia del ser humano”.
Desde que tuvieron que huir de su tierra, la existencia de este pueblo se convirtió en una lucha constante por la supervivencia. En esta resistencia fue clave la mujer pues, mientras los hombres luchaban en el frente, ella tuvo que levantar una vida de la nada.
Bajo un sol abrasador llegaron con sus hijos a este territorio y, con la tela de sus melfas, la vestimenta típica saharaui, improvisaron las primeras jaimas para proteger a niños y enfermos. Eran castillos en el cielo. En medio de esta amalgama de acontecimientos apresurados, pronto las mujeres comenzaron a aunar sus esfuerzos y, como si de un milagro se tratase, construyeron espacios improvisados donde resguardar a sus hijos, atender a los heridos en la batalla y dar una educación a los más jóvenes.
Sin pretenderlo, la mujer personificó en su figura la resistencia y lucha del pueblo saharaui. Encargadas de articular la vida en el exilio, cuentan con una gran experiencia en la gestión y organización, llegando a ser artífices de todo el sistema administrativo que rige estos campamentos. Los asentamientos de Tinduf son considerados los campos de refugiados mejor organizados del mundo.
Apoyadas siempre por el Frente Polisario, a lo largo de esta trayectoria de lucha la mujer convirtió la educación y la sanidad en su objetivo primordial. En 1978 se creó el Ministerio de Enseñanza y Educación de la RASD (República Árabe Saharaui Democrática), siendo Mariam Salek Hamada su actual ministra. Según Rocío Medina, profesora en el departamento de Filosofía del Derecho en la Universidad Pablo de Olavide y experta en el tema de la mujer saharaui, “la educación y la salud para todos son los pilares básicos de su sociedad tanto desde el imaginario social como desde la praxis política”.
Medina también destaca como hito fundamental la fundación de la Escuela 27 de Febrero. Este centro impartía una formación dedicada a las mujeres para potenciar su labor fundamental dentro del sistema que se estaba empezando a crear. Así, muchas de estas mujeres que hasta el momento se habían dedicado sólo a cuidar de sus familias, se convirtieron en maestras, siendo un elemento clave en el sistema educativo. “La educación es el mejor arma del que pueden disponer las personas. Es algo primordial para los saharauis, para que sepamos quiénes somos y de dónde venimos”.
Son las palabras de Hedidhoum, cuya participación en la lucha saharaui fue a nivel docente en una escuela primaria de los campamentos.A lo largo de más de treinta y cinco años de exilio forzoso, hay niños que han nacido en el desierto y que no conocen otra cosa. Jugando entre dunas y compartiendo algún juguete que llega en las caravanas solidarias por Navidad, estos niños, a los que se les ha negado una infancia digna, cuentan con una educación fruto de la enorme lucha de sus madres. Estas mujeres no sólo han sido guerreras para conquistar un sistema digno donde sus hijos puedan desarrollarse como personas, sino que además son un elemento clave en la transmisión de los valores de lucha y resistencia que mantienen viva la esperanza en su causa.
“Es ella la que ha marcado toda mi lucha, el amor por mi patria y por mi cultura. La que me enseñó el valor y la realidad en la que vivimos todos los saharauis. Es ella la que me inculcó ondear mi bandera con orgullo”. Narra emocionada Chipi al hablar de su madre.
La lucha continúa “La mujer saharaui lleva el pelo tapado, pero no el cerebro”. Así de gráfica se expresa la ministra de Asuntos Sociales y Promoción Femenina de la RASD. Si a lo largo de estos difíciles años de exilio la mujer ha sido el motor de avance de su sociedad, hoy en día siguen luchando por superarse. Prueba de ello es la primera aula de informática que se ha habilitado y la Escuela de Formación de Mujeres. Con estos proyectos se puede vislumbrar el anhelo por llegar a ser mujeres libres que puedan en un futuro próximo formar parte del compromiso en la creación de un Estado libre e independiente.
El activismo de mujeres como Aminetu Haidar también forma parte de este compromiso. Tras treinta y dos días en huelga de hambre ha conseguido dar voz a la causa saharaui, acallada en tantas ocasiones por la ley del silencio que impera sobre este pueblo. Pero el caso de Aminetu es sólo la muestra visible de una realidad que se repite diariamente en los Territorios Ocupados. Allí centenares de mujeres arriesgan la vida por su causa, sufriendo las represalias y la violencia por parte del gobierno marroquí. “Como mujer saharaui mi mayor aspiración es ver mi tierra libre antes de morir y como madre que mis hijos sean personas buenas y justas que nunca olviden quiénes son y de dónde vienen”. El compromiso de Hedidhoum sintetiza las aspiraciones de todas las madres que no han caído en la desesperanza y luchan día tras día por ver su tierra libre.Los días se hacen interminables en la Hamada argelina. El reloj de arena cuenta milímetro a milímetro cómo caen sus granos, pues el tiempo es lento para quien espera una respuesta.
Pero la esperanza no sucumbe a la desesperación y el mismo sueño se repite cada noche entre estos habitantes del desierto. Sueñan con que esa vida que con tanto esfuerzo han construido se esfume de un momento a otro cuando, por fin, el sentido común se torne de su parte y puedan entrar en su Sáhara ya libre, invirtiendo los colores de su bandera donde el negro quede relegado a su franja inferior como una pesadilla superada y el verde de la esperanza la corone. Quizá la resistencia del pueblo saharaui quede recogida algún día en los anales de la Historia y estando reunidas las familias con sus hijos alrededor de un té en el Sáhara Occidental, les recuerden que en aquel trocito de desierto floreció la esperanza, en gran parte, alumbrada por ellas: las mujeres de la resistencia.
Por Lucía Bazaga Ceballos / Foto de Ana Hidalgo Carreño
Fuente: kaosenlared.net
Imprimir artículo
Si te ha gustado este artículo puedes compartirlo desde tu blog, página Web o foro.
0 comentarios :
¿Que opinas de este articulo? Tus comentarios siempre serán bien recibidos, ¡¡ Gracias !!