Saltó la noticia de nuevo. Otra explosión de una mina en el Sahara Occidental. Un muerto y un herido grave, a 50 km de Mijek, al Este del Muro Marroquí, en una zona del territorio liberado saharaui de alta peligrosidad por contaminación por minas. Días después nadie se acuerda, se disipa la inmediatez de la noticia y el impacto de la misma. Para nosotros, cada explosión supone una realidad que convierte a personas en víctimas olvidadas. En esta ocasión, han sido cuatro víctimas más de la larga lista de nombres que se lleva por delante esta lacra inhumana. Cuatro civiles que guiaban un rebaño de camellos hacia la ciudad mauritana de Zouérat, pisaron con su vehículo Toyota 4×4 una mina antitanque, que lo hizo volar por los aires partiéndolo en dos. El conductor murió en el acto. El acompañante, herido grave, con severas lesiones en sus piernas. Los dos pasajeros de la parte trasera salieron despedidos y eso les salvó la vida. Están ilesos físicamente, pero ya sabemos que el trauma psicológico es también muy delicado de afrontar.
Es ahora cuando puedo imaginarles. No sé sus nombres, ni sus nacionalidades, ni sus edades o situación familiar. No sé qué deja esa víctima fallecida, quizá mujer e hijos, quizá toda una vida que tenía por delante… No sé nada de ellos, pero sí puedo acercarme a lo que están sintiendo, porque otras víctimas han compartido esa misma experiencia conmigo y, con sus testimonios, me han hecho respirar por su herida algo que ni mi imaginación alcanza a vislumbrar. Como Mohamed Mohamed Lamin Buchab, Bunemab Abdehaid Buseif y Sidbrahim Nayid Salek, tres víctimas saharauis de accidentes iguales al que se produjo el domingo pasado, aunque en contextos diferentes. Corrían tiempos de guerra contra Marruecos y ellos eran militares que viajaban en vehículos del ejército del Frente Polisario. Los tres nos contaron sus respectivas tragedias vividas, distintas en espacio y tiempo, pero todas con un denominador común, una maldita mina anti-carro que sembró a su alrededor el desierto saharaui de muerte, dolor, sangre y cuerpos desmembrados, donde siendo supervivientes, vieron morir a sus compañeros entre la incredulidad de una situación inexplicable.
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MOHAMED MOHAMED LAMIN BUCHAB |
Contaban, para que nos hagamos una idea, que en este tipo de explosiones los pasajeros que ocupan los asientos traseros suelen tener más suerte, precisamente porque salen despedidos. El conductor y su acompañante, sin embargo, son los que pierden la vida, al estar demasiado cerca del motor, la pieza más pesada que, por presión, origina la detonación de la mina. El accidente de Mohamed Mohamed Lamin fue en 1980. Los marroquíes empezaban por aquel entonces a construir el primero de los seis muros que conforman los 2.720 km de arena y piedra que dividen de norte a sur el territorio del Sáhara Occidental y separa a su pueblo. Viajaba junto a otros tres soldados en un vehículo militar. Pisar la mina y salir despedidos fue todo a una. No hubo tiempo, no hubo defensa posible. Aquel artefacto explotó cuando el coche lo pisó, accionando así el detonador. De los cuatro, dos murieron en el acto. Los otros dos salieron por los aires y sufrieron graves amputaciones.
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BUNEMAD ABDEHAID BUSEIF |
En octubre de 1982 le ocurrió a Sidbrahim Nayid. De tres ocupantes, dos muertos en el acto y él, sentado atrás, destrozado por la mina, pero vivo. Además de la amputación de dedos del pie y muchas lesiones, lo peor para él fue la pérdida de la mandíbula, que le mantuvo dos años comiendo a través de tubos y exclusivamente líquidos. Y Bunemad Abdehaid cayó en este mismo infierno en 1984, dejando tras la explosión un panorama desolador. Dos soldados muertos y parte de su pierna izquierda arrancada por la mina.
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SIDBRAHIM NAYID SALEH |
Pienso ahora en lo que ellos contaban y en la dureza de su mirada cuando recordaban la impotencia sentida, el dolor que vuelve siempre, la rabia que no se puede contener y la oración más sincera que les consolaba entonces y ahora el alma. Se me va la mente hacia estas víctimas sin nombre ni nacionalidad, que deben aprender a sobreponerse de la tragedia. Me imagino que, en medio del caos imperante, pensaban cómo salir de allí, cómo sabrían que les había ocurrido ese accidente y también qué pasará con el rebaño de camellos, que en su huida podían caer también en otras minas, pues éstas se disponen siempre en series combinadas cada a pocos metros de la anterior. Con toda esa mescolanza de angustias, tratando de procesar lo ocurrido, con el cuerpo de su compañero aún caliente y la sangre de otro más tiñendo de inocencia el desierto, fueron rescatados por una patrulla saharaui de la III Región Militar y trasladados al hospital de Mijek. La gravedad de las lesiones del herido, con parte de la pierna seccionada, y el estado de shock de los “ilesos” ameritaba una intervención rápida, por lo que fueron evacuados al hospital de Nouakchott, en Mauritania.
Allí muchas de sus preguntas seguirán sin respuestas, especialmente ese infatigable ¿por qué? que taladra la mente de todas las víctimas. Yo sigo preguntándome ¿para qué?, pero tampoco me contesta nadie…
© Elisa Pavón
Fotografías © Joaquín Tornero
Fuente: Dales Voz a Las Victimas
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