El muro marroquí, construido por el ejército de Marruecos en el Sáhara Occidental, es considerado un auténtico puzle que constata y corrobora las grandes contradicciones en la política internacional. Dicho así, no nos consta otra obra similar, donde haya un cúmulo de contradicciones, no sólo políticas, sino de otra índole, incluyendo ideológicas, e incluso religiosas.
El rearme y refuerzo del ejército de ocupación marroquí, por parte de muchos gobiernos de occidente y de oriente, en condiciones en las que la máxima instancia internacional, exige salvaguardar y alentar los esfuerzos de paz, es un hecho muy delicado que, más allá de sus repercusiones militares y diplomáticas, es también una ofensa e injuria que corre, no solamente en contra de la responsabilidad ética y moral de los gobiernos, sino contra la voluntad de sus ciudadanos.
Por eso, muchos expertos aseguran que cuando se vende armamento a un país inestable, con una inmensa presión migratoria, con un conflicto armado sin resolver, donde los Derechos Humanos no se respetan y con una tímida transición a la democracia de la que cada vez hay más desencantados, no podemos decir que los países que le venden armas le estén ayudando demasiado (1).
Fortalecer la capacidad ofensiva de Marruecos en momentos en que éste, viola sistemáticamente los derechos humanos en las zonas ocupadas del Sáhara Occidental y rompe con la legalidad internacional, es una decisión grave que no encaja en una política de neutralidad, ni se corresponde con los principios de ética y de respeto a la legalidad (2).
Marruecos está fortaleciendo sus Fuerzas Armadas en plena ofensiva sobre el Sáhara Occidental, la antigua colonia española. Un rearme que, en parte, se está realizando con material de defensa exportado desde muchos países del mundo.